Книга Великая испанская революция, страница 158. Автор книги Александр Шубин

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Cтраница 158

Tanto el motín como la lucha contra éste fue acompañado de terror. El terror de derecha fue sistemático, mientras tanto el de los republicanos y anarquistas tenía un carácter más espontáneo.

El soporte de los países del Eje ayudó a los rebeldes recuperarse del primer golpe sufrido en los días de julio. Y entonces fue evidente que la milicia republicana que llevaba ventaja al ejército en la confrontación urbana no era capáz de realizar las ataques ofensivas. El intento de la milicia de CNT de atacar Saragoza fracasó. En otras regiones donde el sistema miliciana no se apoyaba en una estructura sindical sólida en la retaguardia, la milicia falló también a organizar una resistencia adecuada a una ofensiva frontal del ejército.

El hecho de que el conflito ibérico hubiera llegado a ser internacional cogió de sorpresa a la diplomacia europea. Al principio parecía que el asunto se resolviera rápidamente por la victoria del revuelto o por su derrota. En vez de esto empezó una guerra duradera, que en un grado importante fue condicionado por la intervención extranjera. La actividad dipomática agitada alreredor de la tragedia española conduce a ciertos autores a la conclusión que el destino de España no se decidía en Madrid. Precisamente de tal impresión partían los «árbitros de los destinos» en Londres, París, Berlín y Roma. Pero los españoles luchando «barajaban las cartas» a la diplomacia europea. Si los republicanos hubieran fracasado a defender Madrid, no hubieron persistido en luchar hasta 1939, «la cuestión española» habría sido retirada del orden del día muy pronto. El destino de España se decidía no sólo en Madrid, pero y en Madrid también. A pesar de la opinión de varios políticos republicanos (incluído al Presidente Azaña), la guerra no era perdida desde el principio, además, los leales recibían la ayuda oportuna de la URSS, que hasta 1938 jundo con los Brigadas Internacionales equilibró el factor de la intervención fascista.

Por resistir al fascismo, España cambió la situación en Europa. Provocaba tensión entre el gobierno conservativo inglés y el de Francia, ideológicamente próxima a la República del Frente Popular. No obstante, los líderes del Frente Popular francés, asustados tanto por la revolución como por el fascismo, de hecho tracionaron a la República española. La guerra en España favoreció el acercamiento de Alemania y Italia, y ambos el Reino Unido y Francia estaban dispuestos a sacrificar a la República española para que Italia volviera a la Triple Entente. La política de pacificación, cuya cúspide fue el Tratado de Munich, fue probada primero en España en forma de así llamada política de no intervención. Por motivos tácticos la URSS participó en ésta. Al haberse asegurado de que los fascistas no habían terminado de soportar el revuelto, el gobierno soviético también inició a prestar ayuda a la República. Por causas ideológicas y de política exterior para la URSS era imprescindible que la República no fuera derrotada. La guerra española no fue sólo la primera guerra de gran escala contra el fascismo, también distraía la atención del Occidente, incluso de los nazis, a la destinación opuesta a las fronteras soviéticas.

Para la marcha de los eventos en la crítica segunda mitad de los 30 España también tenía una gran relevancia como polígono militar y político. España dió una experiencia militar y política inapreciable en tales cuestiones como el papel de la aviación y de la artillería (los tanques fueron menos efectivos), el balance del frente y la retaguardia, etc. Esta experiencia no fue considerada siempre, y en alguna parte dejó de corresponder al momento cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial y sus Blitzkriege. Los expertos militares tanto de la URSS como de Francia tenían la posibilidad de asegurarse de que «la guerra de los motores» podía ser posicional, como la Primera Guerra Mundial, lo que causó las errores trágicos de los 1940–1941.

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El arranque de la guerra civil y el armamento general de los ciudadanos activos en la República provocaron no una simple revuelta social-politica sino una profunda revolución social: cambios cualitativos del sistema de la propiedad y del poder. Colectivización (incautación, socialización) industrial en España, sobre todo en Cataluña y Aragón, produjo un sector económico nuevo, diferente de una manera cualitativa tanto del capitalista como del público, en primer lugar, por un sistema desarrollado de la democracia industrial, participación del obrero en adopción de decisiones en la empresa. La actitud negativa de la doctrina anarquista a la democracia como un sistema pluripartidista no les impidió a anarco-sindicalistas extenderla a la esfera de la producción. Apoyándose en las estructuras de uniones obreras, los anarco-sindicalistas y socialistas de izquierda hicieron un paso práctico a eliminar la alienación del productor de los medios de producción. Pero fue sólo un paso.

En lugar de la dictadura del gerente llegó el poder del colectivo representado por su activo (sobre todo por los líderes sindicales de la estructura de CNT) e influencia casi religiosa de los lemas ácratos, cualquiera oposición a cuales podía ser interpretada como contrarrevolución. Sin embargo, el ascendiente de la ideología compartida por una masa importante de los obreros jugaba un papel impulsor, incluído en la producción. Anarco-sindicalistas y socialistas de izquierda lograron establecer un sistema social relativamente eficaz y democrático (en cuanto era posible en las condiciones de la guerra civil), basada en la democracia industrial. A pesar de una grave situación económica provocada por la guerra y la escisión del país, la industria colectivizada no dejó toda la industria desplomarse. Introducción del sistema de la democracia industrial garantizó la única eficacia productiva que fuera posible en las empresas españolas de la época en la situación de guerra y el bloqueo económico parcial. El mito de que «los anarco-sindicalistas arruinaron la producción» puede considerarse desmentido. Al tomar en sus manos las fábricas, los obreros e ingenieros hicieron lo máximo posible. La producción para el esfuerzo de guerra logró a superar los valores de preguerra. Pero el modelo de autogestión y democracia industrial coordinada por sindicatos y estructuras sociales semipúblicas no satisafacía a otras fuerzas políticas, lo que en 1937 agravó la confrontación en el campo republicano. La lucha contra la democracia industrial desplegada bajo el gobierno de Negrín (1937–1939) precipitó la caída de los valores económicos en comparación con los tiempos de Largo Caballero.

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